El puente romano de Córdoba es el acceso principal de la ciudad. Por el tuvieron que cruzar los que vinieran a la capital romana, califal y cristiana. Siendo el único puente de la ciudad durante veinte siglos, los incontables personajes, ilustres o no, que lo atravesaron, llegaban a Córdoba por su lado más hermoso. En una ciudad con mirada fija al sur, la bienvenida que ofrece el puente romano, es su vista más espectacular.
Desde su construcción original, a principios del siglo I, el paso del tiempo, del agua, y de personas, han obligado a distintas intervenciones. La piedra calcarenita cordobesa es frágil, y el río está vivo. El Guadalquivir fluye acorde a las estaciones, y va mudando un paisaje, los Sotos de la Albolafia, que hoy es un monumento natural. Silvestres isletas que se van formando y arrastrando al ritmo que marca el cauce, esconden hoy los molinos harineros medievales. En el límite navegable que suponía el puente, el puerto abastecía la ciudad.
Es probablemente uno de los enclaves que más ha ido cambiando acorde a los tiempos que le ha tocado vivir. La historia del puente va inevitablemente unida a su entorno, y no podría entenderse sin sus puertas. De un lado, el sur, la torre de la Calahorra constituía la primera defensa de la ciudad, controlando el puente. Al otro, la Puerta del puente, suponía el control efectivo para acceder a la ciudad, pues ya se llegara en barco o cruzando el puente, todos tendrían que pasar por el fielato y pagar los oportunos impuestos.
Los 331 metros del puente son hoy un agradable paseo para visitantes, y el camino que une el centro histórico con el sur de la ciudad, zona eminentemente residencial (campo de la verdad), pero que también alberga la zona lúdica del arenal. Aquí se celebra la conocida Feria de Córdoba, y encontramos el estadio de fútbol del nuevo Arcángel.
Dieciséis arcos forman el Puente Romano. Se perdió uno, el más cercano a la puerta del puente, como resultado de esas intervenciones que han ayudado a la metamorfosis de lo que antiguamente fuera una zona portuaria. El ambiente canalla sus tabernas y comercios aledaños, es hoy un agradable paseo donde abundan restaurantes y terrazas. La ronda de Isasa, debe su nombre a Santos Isasa Valseca, político nacido en el pueblo cordobés de Montoro.
Los primeros trabajos para reedificar el puente de los que se tiene constancia son los llevados a cabo, en los primeros momentos de la ocupación musulmana, hacia el año 720, siendo Córdoba aún Emirato dependiente de Damasco. También en época califal y tras la toma cristiana de Córdoba, vuelve a fortalecerse. Tan solo los cimientos del segundo y tercer arco más cercanos a la torre son originales. Pero son sin duda las intervenciones modernas las que más lo han modificado al menos estéticamente. En 2008 se abre de nuevo tras dos años de trabajo en los que se sustituyen elementos que le concedían identidad. La sustitución del suelo adoquinado por losas lisas, de farolas de forja por una iluminación a ras de suelo, y la eliminación del tráfico rodado, suponen un cambio radical para el puente, pero también una mejor adaptación del enclave a la actual ciudad turística.
También será en este momento se limpian los tajamares del puente y se le dota con un pequeño altar en honor a los patrones de Córdoba San Acisclo y Santa Victoria. Frente a él, el custodio San Rafael, en uno de sus triunfos más antiguos, obra de Bernabé Gómez del Rio de 1651, mira de frente al puente que lleva su nombre. El puente de San Rafael, segundo puente construido en la ciudad, se inaugura en 1953.
Entra ambos puentes, los sotos de la Albolafia albergan una rica fauna, especialmente aves, y las ruinas de los viejos molinos. Sin duda el de la Albolafia, que regaba los jardines del Alcázar, es el más reconocido y fotografiado. Hoy también lo vemos presente en el escudo de la ciudad.
Sin duda el puente romano es seña de identidad para la ciudad de Córdoba, y la mejor bienvenida para el visitante.
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Texto Nacho Calero. Amedina Córdoba.
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