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Capilla de San Bartolomé

un espacio de paz y sosiego, cercano al zoco. La  Capilla  mudéjar de la Iglesia de San Bartolomé, adosada al antiguo Hospital del Cardenal Salazar, actual Facultad de Filosofía y Letras.

Capilla Mudéjar de la Iglesia de San Bartolomé

Paseando por la bulliciosa judería cordobesa, embelesados por las laberínticas callejuelas,  encontramos un espacio de paz y sosiego, cercano al zoco. La  Capilla  mudéjar de la Iglesia de San Bartolomé, adosada al antiguo Hospital del Cardenal Salazar, actual Facultad de Filosofía y Letras.

En 1391, tras el asalto a la Judería, o barrio de Malburguet, y la posterior dispersión y  conversión al cristianismo de los judíos, fue creada la collación – barrio cristiano – de San Bartolomé. En 1399 vino a acrecentarse con el nuevo barrio del Alcázar Viejo. En este espacio, se erigió en los últimos años del siglo XIV, la pequeña iglesia de San Bartolomé, que quedó inacabada. En la primera mitad del siglo XV, se le añadió una capilla de carácter funerario, con advocación de Santiago. Constituye uno de los mejores ejemplos de arte mudéjar en Córdoba, junto con la Capilla Real de la Mezquita-Catedral y la Sinagoga. Etimológicamente, mudéjar procede de “mudayyan” (aquél a quien se le ha permitido quedarse), es decir, el musulmán que permanece en su tierra tras la llegada de los cristianos, conservando su religión, lengua y costumbres.

El acceso a la capilla se hace a través de un arco ojival, y nos recibe un pequeño y sencillo patio. En su día fue nave de la iglesia, de suelo empedrado y marcando verticalidad con una gran palmera que se eleva hacia el cielo. Con el significado que conlleva para las tres religiones monoteístas: islam, cristianismo y judaísmo. Al fondo del patio, se abre un altar de estética barroca. A la izquierda del mismo, en el suelo, encontramos piezas del pasado como es el caso de un capitel romano del Siglo I d.c..

Si miramos hacia la derecha al entrar al patio, vemos un pórtico de triple arcada con ricas columnas y capiteles, (romano de orden jónico, y emiral de orden corintio), que en su día era nave lateral de la iglesia.

La portada que nos invita a entrar en la capilla, está rematada por un arco apuntado decorado con dientes de sierra. A ambos lados del arco, columnas que arrancan de ménsulas con decoración islámica, soportan un tejadoz decorado con modillones de rodillo.

La capilla de San Bartolomé no destaca por su tamaño, espacio de muros anchos y una superficie de 9 x 5 metros, sino por su increíble decoración. Conserva elementos del siglo XV como la solería, con ladrillos vidriados, olambrillas, y zócalos de alicatados geométricos, tan propios de este estilo, y tan presentes en muchos de los monumentos de Andalucía. Este estilo se extiende a la yesería, en la que se pueden apreciar las intrincadas tipografías que muestran las oraciones a Allah. Posee dos bóvedas de crucería gótica, con elementos vegetales en sus claves, y el clásico espinazo gótico de dientes de sierra. Las nervaduras descansan sobre ménsulas, y en los ángulos se forman pequeñas bóvedas de crucería. La yesería es el elemento principal de todo el recinto, tipo vegetal y geométrico, epigráfico y heráldico, correspondientes los escudos a la Orden de la Banda que creó Alfonso IX.

El presbiterio queda marcado por estar en alto, sobre un escalón, donde un arcosolio labrado en la pared, y decorado con azulejos hace de altar. Este espacio actualmente está ocupado por un capitel. Se pueden apreciar aún restos de pinturas murales.

Vemos colgando al entrar a la capilla, lámparas que proceden de la Exposición Iberoamericana de 1929 realizadas en Sevilla y siguiendo estilo mudéjar.

El inmueble que alberga la Capilla de San Bartolomé ha sufrido varias restauraciones, pero es en 1953, cuando el arquitecto Rafael de la Hoz la lleva a cabo, recuperando la cota original del patio de la iglesia, protegiendo la palmera con un entrelazado de chino al estilo cordobés, rescatando policromía de yeserías y recreando la decoración del altar siguiendo el modelo de la Capilla Real de la Mezquita.

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Texto     Elena Moreno. Amedina Córdoba

 

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