Amedina

Abd al-Rahman III. Omeyas

ABD AL-RAHMAN III: ÚLTIMO EMIR OMEYA EN AL-ANDALUS

El siete de enero del 891, nacía un príncipe que quedaría huérfano de padre al poco de nacer. Su madre, Muzna, una esclava vascona, daría rasgos físicos a ese niño que se convertía en el favorito de su abuelo y emir Abd Allah. Rubio, de ojos azules oscuros y facciones simétricas, otorgaban un atractivo a nuestro príncipe. Cortés, benévolo, generoso y perspicaz, dotado de grandes virtudes éticas y morales. Gran orador y elocuente en sus exposiciones. Refinado en el trato cotidiano, adoptó una sobria etiqueta protocolaria. Será el más tolerante de todos los Omeyas, lo que hará que las comunidades de cristianos y judíos, asentados en su territorio, prosperen bajo su gobierno.

Finalmente su reinado durará casi medio siglo. Desde el inicio de su mandato, y a pesar de su juventud, mostrará una gran madurez, así como habilidad en las artes de gobernar. En consecuencia, no despertará luchas dinásticas y obtendrá obediencia y lealtad de sus súbditos. De este modo, restablecerá la autoridad y el prestigio de los Omeyas.

Los territorios que se habían ido perdiendo son recuperados. Termina con la anarquía y las sublevaciones. Empieza de inmediato, nada más subir al trono y sin esperar la llegada del verano, como era lo habitual. Las primeras victorias ponen fin a la independencia de Sevilla que había quedado separada más de diez años. Provocan la muerte de Ibn Hafsun y dan la batalla final en Bobastro. Esta victoria tiene una honda repercusión tanto en territorio musulmán como cristiano.

Toda la Andalucía oriental cae en manos del nuevo emir, todos los señores insurrectos se someten, recuperando setenta plazas fuertes y cientos de  lugares estratégicos. Entre ellas, Toledo, que tantos problemas presentaba, la que fuera antigua capital visigoda, siempre rebelde y con aires de independencia. Intentó el emir que el final de sus pretensiones fuera por la vía amistosa. Desgraciadamente sufrió un asedio que duró casi dos años. Por su ubicación estaba bien defendida por el Tajo, y bien pertrechada de cereales. Cuando obtuvo la victoria, Abd Al-Rahman III fue generoso con sus soldados, y la celebración en Córdoba estuvo a la altura de la victoria. La Marca superior viendo la organización del emir, quiso ser obediente y entregar sus tributos con regularidad, en una casi autodestrucción de los Banu Qasi, a través de intrigas y venganzas internas.

En cuanto a los reinos cristianos del norte, pensaba el rey leones, Ordoño II, que el emir estaría muy ocupado pacificando sus territorios y que por ese motivo, sus posesiones estaban a salvo. Erraba pues, en el 916 las tropas emirales, tomaban la iniciativa realizando incursiones y obteniendo cuantiosos botines. También se dirigió a Navarra, donde el rey Sancho no dejaba de molestar a los musulmanes de La Rioja. La derrota fue vergonzosa para los cristianos. La herida más profunda fue asestada al ocupar la capital del reino, Pamplona, donde los barrios y la Catedral fueron incendiados. Allí donde se avistaban las tropas cordobesas, se instalaba el pánico. Su fama y su prestigio le otorgaban respeto en Al-Andalus, y temor en los territorios cristianos.

Llevaba el nombre de un emigrado. Aquel que creyera que su estirpe honraba a su linaje, aquel que sin miedo le diera la espalda a Oriente, aquel que escuchara un día de su tío algo que hoy le decía a él mismo. Tú serás el hombre….

ABD AL-RAHMAN AL-NASIR EL PRIMER CALIFA

Quizá sea cierto que un nombre puede augurar un destino. Quizá sea cierto que el número tres cierre un círculo en el tiempo. A principios del 929, en Córdoba, se tomaba una de las decisiones más importantes de su historia. Abd Al-Rahman III se proclamaba califa y príncipe de los creyentes. Añade a su nombre un título al-Nasir li-din Allah “el que combate victorioso por la religión de Allah”.

Para él estaba claro, ni los califas abasíes y mucho menos los cismáticos de Ifriqiya, tenían legítimo el califato. Por lo tanto, era él quien representaba el traslado del califato de Damasco a Córdoba. Igualmente, era su linaje el legítimo sucesor  del Profeta. El califa era el Imán o jefe supremo de la comunidad, también era el comandante supremo del ejército y su título era Príncipe de los Creyentes. Se convertía así Al-Ándalus en el nuevo califato de los Omeyas y Córdoba en su capital. El viernes 16 de enero, en la Mezquita aljama de Córdoba, en la oración comunitaria, se aplicaba por primera vez todos los nuevos títulos del califa, quedando los fieles enterados de tan importante hecho. Todo en torno a la corte se hizo más distante, más ceremonial. Se abría una distancia entre Abd Al-Rahman y sus súbditos.

Que hubiera sido de Córdoba sin los Omeyas?. Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos, es que ha sido de ella con su llegada. En el siglo X no había una ciudad en Europa como Córdoba. La gran crisis del siglo III durante el Imperio Romano y luego la llegada de los Bárbaros, habían acabado con el esplendor de modelo urbano. Aquellas ricas, prósperas, fructíferas ciudades se abandonaron. Las poblaciones se habían ruralizado. Roma no superaba los treinta mil habitantes y París peor todavía, era una minúscula y modesta villa.

Córdoba era la capital más poblada de Occidente. Su densidad demográfica no dañaba su belleza. Bañada por su “rio grande” el Guadalquivir, rodeada de arboledas. El viajero que la visitaba, no podía dejar de admirar la grandeza que poseía. A las afueras, eran numerosos los Palacios y Almunias que se encontraban en los caminos que llegaban hasta ella. Ya anunciaban estas construcciones la riqueza que esperaba en el interior de sus murallas.

Arrabales, así llamados los barrios, con espléndidas mezquitas. La música de los almuédanos, que desde los alminares llamaban a la oración en un ritmo casi hipnotizante. El jaleo de sus zocos o mercados, donde distintos oficios o actividades ocupaban cada uno su espacio. La alcaicería, con todo tipo de artículos de lujo, llegados de todos los rincones posibles de llegar. Alhóndigas o posadas para acoger a la cantidad de viajeros que hasta aquí llegaban. Baños en número infinito y en calidades exquisitas. Jardines suntuosos.

La Medina se levantó sobre el centro de la antigua ciudad romana, rodeada por un muro de unos cuatro quilómetros y dotada de seis puertas. Era la parte central del aparato político-administrativo de Al-Andalus. En el centro de ella, la gran obra edilicia de los Omeyas, la Mezquita aljama. Abd Al-Rahman y su hijo Al-Hakam convertirían esta ciudad en la luz de Occidente. Era la cuna del saber, de la cultura y de la ciencia.

A pesar de este esplendor, a pesar de poseer esta joya arquitectónica y ser la ciudad más bella, Abd Al-Rahman  III quiso construir una ciudad nueva. Madinat al-Zahra. A unos cinco quilómetros. En una descripción anónima, se dice, que fue de las obras más importantes y grandiosas que levantó el hombre y una de las más prodigiosas construidas por el Islam.

Continúa.. Al- Hakam II

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Texto: Mar Carmona Balboa. Amedina Córdoba

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