La pintura original de la Virgen de los Faroles pintada por el maestro Julio Romero de Torres en 1928 fue una petición del alcalde Rafael Cruz Conde, ante la pérdida del lienzo anterior. Hoy se expone en el museo del artista en la Plaza del Potro. La copia que hoy se exhibe en el altar de la Virgen de los Faroles pertenece a su hijo Rafael Romero Pellicer.
La actual virgen de la Asunción que alberga este altar barroco hace un guiño al conocido Cristo de los Faroles de la Plaza Capuchinos, a la vez que substituye a la Santísima Concepción que el fuego destruyó en 1928. Esta pintura original, según nos argumenta Manuel Nieto Cumplido en su libro “La Catedral de Córdoba” fue obra de Antonio Fernández Moreno en respuesta a la petición de un vecino que vivía en frente. Don Rodrigo procuró que 18 luces la iluminaran mientras él vivió. Los devotos de este altar que encontramos, junto a la Puerta del Caño Gordo en el muro norte de la Mezquita – Catedral, mantendrán esta devoción. Otras fuentes proponen al italiano Juan Pompeyo como autor de la pintura original.
Para su pintura el maestro Julio Romero de Torres se sirvió de la modelo mexicana Carmen Gabuccio, tanto para la imagen de la virgen, como para la de la monja. También posara para otras obras del artista cordobés, como “el cohete”, obra incluida en la serie que el artista hizo para la Unión Española de Explosivos. Los tonos tenebristas que apreciamos son característicos de la última época del autor.
Una virgen morena y de grandes ojos, alejada de los cánones del momento, se presenta con túnica morada y velo, envuelta en un gran velo azul, y custodiada por dos ángeles de rostro femenino. Se acompañada de las alegorías de la Córdoba mística, en la forma de una monja franciscana, y la Córdoba profana ejemplificada en una joven con mantilla.
Entre ambas una pequeña escena representa el sarcófago de la virgen. Los apóstoles son testigos de la “Ascensión”. Sobre ella la cabeza de tres ángeles sirven de pedestal para la virgen.
Hoy son once los faroles que custodian este retablo del siglo XVIII protegido por una reja más actual, y una pequeña cancela en cada escalinata de piedra que la dispone en altura. El altar rococó adosado se compone por cuatro e por columnillas que sostienen un frontón curvo con decoración vegetal, sobre la que se yergue una cúpula elíptica. A los pies del retablo, vemos una repisa dispuesta para las flores y ofrendas. A menudo pasa desapercibido el cestillo inserto en el muro, a pesar de encontrarse casi a la altura de nuestra mirada.
Un ficus que casi cubre una de sus entradas, y numerosas macetas, además de frescura, conceden originalidad a este altar, pues ningún otro, ni capilla alguna, de las cerca de 100 que tiene el templo, alberga vida. Casi todas las demás acogen sepulturas, en total cerca de 500…
Sobre la reja una cartela deja un mensaje al visitante
“Si quieres que tu dolor se convierta en alegría, no pasarás pecador sin alabar a María”