Abd al Rahman III, El nombramiento de un nuevo califa.
De su abuelo el emir Abd Allah, el primer califa de Córdoba, Abd al Rahmán III recibe en herencia una difícil situación. El rechazo a la soberanía Omeya. El emir de Córdoba, se vio obligado desde su ascenso al trono, 17 años antes de su nombramiento como califa, a sofocar y acabar con numerosas rebeliones y sublevaciones. Y acabó con todas ellas. Además, muchas de estas campañas estuvieron encabezadas por el propio Abd al Rahman III. No es de extrañar que cuando se autoproclama Califa de Córdoba, no solo estuviera considerando su derecho por linaje. Todas sus victorias, y la extensa islamización que los Omeyas habían conseguido, le concedían el mérito necesario para tal nombramiento.
En los muy primeros y fríos días del año 929, el aún emir hizo llegar una carta a todos los gobernantes de las provincias de Al-Ándalus. En ella anunciaba su agradecimiento a los dones que Allah le había concedido. No eran sino la recompensa por los grandes esfuerzos realizados en defensa de la Fe. Y por ello había decidido abrazar el título de Califa. Lo hará el 16 de Enero de ese mismo año, 929.
La gran evolución de la sociedad de Al-Ándalus, y la nueva situación que se vive en el Mediterráneo, sólo respaldan su decisión. En primer lugar, como muestran las distintas ampliaciones de la Mezquita de Córdoba, el número de creyentes ha ido creciendo desde la llegada de los primeros musulmanes en 711, gracias a la paulatina islamización de Al-Ándalus. Por otro lado, el auge de la dinastía Fatimí supone un desafío para Abd al Rahman III.
Además, la estirpe Abasida, que hace casi dos siglos eliminó la presencia de los Omeya en Oriente, ahora se encontraban debilitados. Continuas rebeliones ponían en duda su califato. Cualquiera con el poder y habilidad suficiente podría aspirar a encabezar el Islam. De esta manera, la verdadera amenaza ahora y por primera vez procede de la corriente suní. Los descendientes de Alí, primo y yerno de Mahoma, encabezados por la dinastía Fatimí, se habían establecido en Túnez entre grandes celebraciones y alardes.
Pero también en el arte de la presunción y la ostentación supo destacar el mandatario Omeya de Al Ándalus. Para demostrar su poder, legitimidad y mérito para guiar el Islam, a la desafiante competencia Fatimí, Abd al-Rahman III adopta el título de Califa, en la Quibla de la Mezquita que Abd al Rahmán II había construido. Se trata de un momento de los que marcan historia. La división dentro del Islam se hace mucho más patente desde el momento en que tres distintos califas, de tres distintas familias, de dos distintas corrientes, pugnan por liderar al común de los musulmanes.
Para tal ceremonia el Omeya escogerá el lugar más sagrado del edificio más divino en todo occidente. Allí protagonizará la ceremonia que acabará por encumbrarle como Abd al-Rahmán , el victorioso, y en un claro desafío a la dinastía Abassí y Fatimí proclamará:
Todo el que usa el título de Comendador de los Creyentes (amir al-muminin), fuera de nosotros, se lo apropia indebidamente, es un intruso en él y se arroga una denominación que no merece».
Y después de las palabras prosiguen los hechos. Dos años después de proclamarse califa de Córdoba, Abd al Rahmán III pasa a la acción y comienza el ataque a la dinastía Fatimí. De este modo, su ejército cruza el estrecho para tomar la ciudad de Ceuta, posteriormente Melilla y Tánger. Había comenzado así una larga campaña contra los territorios fatimíes del Magreb, que duraría décadas.
El primer califa también dejará un legado constructivo, como hicieran algunos de sus predecesores, y su poder se verá reflejado en ellas.
Construirá la fabulosa ciudad de Medina Azahara, e intervendrá en la Mezquita, ampliando el patio, fortaleciendo la fachada de la sala de oración y construyendo un nuevo alminar.
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Texto: Nacho Calero. Amedina Córdoba