Amedina

La cruz del Rastro

CRUZ DEL RASTRO

Rastro: Termino posiblemente medieval, queda referido al espacio reservado en las antiguas villas para vender en ciertos días de la semana la carne al por mayor, o bien el lugar donde se mata y desuella el ganado, o la huella o el rastro que queda de algo (siguiendo la imagen visual del rastro de sangre dejado por las reses sacrificadas).

Este tipo de lugar va ganando poco a poco en uso hasta convertirse en un tipo de mercado popular, por lo general al aire libre e instalado en determinados días, en el que se venden productos a menor precio del normal. En las poblaciones occidentales se concentran en lugares públicos cedidos o consentidos por los ayuntamientos. A diferencia de los mercadillos, que suelen vender ropa y comida, los rastros ponen a la venta objetos antiguos en toda su diversidad.

En la ciudad de Córdoba, al pie del rio a la altura del puente de Miraflores encontramos una cruz de hierro, conocida como “la cruz del rastro”, efectivamente era uno de los lugares de la ciudad donde se celebraba este tipo de actividad, aunque hoy día dicha cruz nos habla de otro rastro diferente, un rastro más parecido al de su etimología original, pero esta vez la sangre que se dice corría cuesta abajo era fruto de otro sacrificio, el de los Judíos conversos.

Antecedentes: Al igual que en una partida de ajedrez, el trono de castilla venía siendo un “juego de tronos” cuyas piezas eran movidas por los nobles tan necesarios durante la Edad Media en el proceso de la reconquista y tan ávidos de tierras y poder como en toda la Europa de la época, ser rey era un oficio peligroso y complicado donde eras apenas, eso, la pieza de un juego.

Fruto  de la guerra entre Pedro I, (rey legítimo pero con pocos amigos nobles pues tuvo la osadía de promulgar unas cortes en las que el pueblo ganaba en calidad de vida y la nobleza perdía privilegios) y Enrique II, hermanastro de Pedro, que obtuvo al final la victoria pues estaba poseído por su ambición y contaba con la ayuda de la manipuladora nobleza, nacía la casa Trastámara.

El pago obtenido en la época por las acciones bélicas eran tierras y derecho a saqueo,  Enrique II entregó a Gonzalo Fernández de Córdoba, el señorío de Aguilar creado en1257 fruto de la conquista de Sevilla, por lo que hablamos de vieja nobleza en este señorío , que casi 200 años más tarde estaba en manos de Alfonso Fernández de Córdoba y Herrera, más conocido como “ Alonso o Alfonso de Aguilar”( hermano mayor de Gonzalo Fernández de Córdoba: “El gran Capitán”). Éste personaje ha sido considerado “el personaje más poderoso que conoció la historia de Córdoba durante la baja Edad Media,” para conseguirlo fue moviendo sus fichas en pro o contra el rey que en Castilla gobernase según el periodo, lo que le trajo también sus enemigos  particulares en la ciudad ( como su propio primo el marqués de Cabra) creándose así dos facciones que  pasaban los días usando la ciudad cual “Gangs of New York”, pues era su dominio absoluto y el mayor numero de señoríos en las tierras colindantes el objetivo real.

Mediante la firma de pactos, alianzas, y confederaciones se iban anexando a los nobles. Para las reyertas callejeras en la ciudad de Córdoba, formaban sus “bandas” con los sectores populares e incluso los desclasados, y lugares como la torre Calahorra o el Alcázar eran objeto de disputa constante por la evidente capacidad bélica estratégica que poseen.

Las consecuencias de este comportamiento oligárquico en Córdoba en los años previos fueron trascendentales para la vida de la ciudad y bastante negativas, en pleno renacimiento la ciudad agonizaba, los desmanes contra la ciudadanía, entorpecimiento de la justicia, aumento de la presión fiscal, negligencia y abusos en la administración, y un deterioro muy importante del orden público, hechos a los que debemos sumar las consecuencias de las epidemias y sequias que habían mermado y empobrecido hasta la miseria a la ciudad de Córdoba fueron los ingredientes que a fuego lento cocinaron los sucesos horribles originados en la Cruz del Rastro, objetivo geográfico de este artículo.

Durante esta época el poderoso “Alfonso de Aguilar” protagonizó también fuertes tensiones con el Obispo de Córdoba Pedro Solier. Por ejemplo, como señal de su disconformidad frente la tregua de 9 meses impuesta por el rey Enrique II, en 1467 asaltó el Palacio Episcopal y procedió al encastillamiento de la torre de la Catedral de Córdoba, el Obispo emitió un decreto en el que señalaba las penas en que incurrían “los que encastillan iglesias”. Otro motivo de tensión vino en otoño de 1471  ante la negativa del estamento eclesiástico a pagar otro impuesto decidido por Alfonso, el cual,  ni corto ni perezoso  se apoderó de la Catedral con hombres armados, obligó al Obispo a salir de ella, le hizo subir a una mula y cogiendo él las riendas le sacó de la ciudad cerrándole las puertas una vez fuera.  Por cierto, Pedro Solier pertenecía al “bando” contrario y era considerado el mayor enemigo de los judíos conversos que vivían ahora repartidos por toda la ciudad tras el Pogromo sufrido durante 1391 en las que sus juderías fueron saqueadas junto a sus propiedades, casas y familiares.

Este otro “gang , donde los cristianos viejos sentían envidia de los cristianos nuevos favorecidos por Alfonso de Aguilar gracias a los servicios que le prestaban, decidieron hacer una conjuración en la ciudad que recibió el nombre de “Hermandad de la ciudad”, y hacían sus procesiones determinados días según conviniese, hay quien identifica a ésta con la Cofradía de la Caridad pues en sus estatutos quedaba clara la prohibición de admitir en ella a ningún converso, y sus miembros sobre todo el Hermano mayor gozaban de buenos privilegios en la ciudad . Años atrás  algunos miembros de alta jerarquía, habían construido en la actual Plaza del Potro el Hospital de la Caridad con el fin de atender a las personas que vivían en la más absoluta miseria. Paradojas siempre hubo en esto de la caridad!

 

1473 , en una Córdoba reflejo de la difícil situación que vive el reino , una Córdoba ocupada día y noche por bandas callejeras que en cualquier momento pueden explotar una contienda, una Córdoba enferma, empobrecida e injusta donde solo unos pocos viven bien, y el resto reza para que “la Caridad” haga su aparición. En el transcurso de una procesión en vísperas de Semana Santa a mediados del mes de Marzo,  se sacó a pasear precisamente la imagen de la Virgen de la Caridad por el barrio de San Pedro, ataviada con un lujoso manto y acompañada de un amplio cortejo que formaban dos filas donde los Cabildos más importantes custodiaban la imagen, la calles fueron adornadas con yerbas aromáticas y algunas fachadas se engalanaban con gran vistosidad, pero la mala suerte acechaba a una de estas viviendas , se dice pertenecía a una familia de judíos conversos en cuyo interior las mujeres se entretenían con sus quehaceres cotidianos.

Apenas unas gotas de agua escapadas de un jarro a manos de una niña de 10 años y cuyo aviso no pudo ser escuchado pues la algarabía que formaba la procesión lo impedía, cayeron justo sobre la virgen, lo que provocó la ira de sus conciudadanos iniciándose un motín nefasto.

Alonso Rodríguez herrero del Barrio de San Lorenzo y personaje importante en la comitiva procesional gritó  que aquello era obra intencionada de los judíos conversos y comenzó a clamar venganza. La procesión se disolvió y aquellos cristianos sintieron que esa era la gota que colmaba el vaso de su ira acumulada y se abalanzaron contra las casas de los judíos, para saquearlas, incendiarlas e incluso asesinar a sus moradores inocentes.

Otra vez!  Quizás algunos de estos conversos recordaron entonces el versículo del Deuteronomio 28 (Jehová te entregará derrotado delante de tus enemigos; por un camino saldrás contra ellos, y por siete huirás delante de ellos, y serás vejado por todos los reinos de la tierra).

En su ayuda acudió “Alonso de Aguilar” acompañado de “los suyos” pidió al herrero que cesara, éste ya le había herido a un escudero  que intentaba persuadir a la muchedumbre, así  que ante la actitud violenta e intransigente del herrero le arrojo una lanza y lo mató.

Pero la multitud y con ella “los otros” persiguieron a Alonso que tuvo que refugiarse en el Alcázar junto con aquellos conversos que tuvieron tiempo.

Días después, los amotinados capitaneados por Diego Aguayo noble del bando opuesto y ahora ya partidario de “la Católica” seguían con el violento motín, satisfaciendo bajos y muy cobardes instintos y sobretodo aprovechando para librarse de las deudas contraídas pues es de sobra conocido que las familias judías ejercían de bancos ,oficio  prohibido para los cristianos

“Alfonso de Aguilar”, noble y ambicioso como ninguno terminó saliendo del Alcázar y ofreciendo perdón por los crímenes cometidos y mandando a los conversos fuera de la ciudad, (se sabe que muchos de ellos se refugiaron en Gibraltar al amparo del Duque de medina Sidonia) o como mucho se les permitió instalarse en la judería, eso sí, privados de sus antiguos oficios muchos de ellos eran personas muy eminentes.

Ya para concluir, Gonzalo González escribano que  informó de este hecho también lo hizo de un segundo Pogromo al año siguiente, justamente unas horas antes de la muerte de Enrique IV, era el anochecer del 11 de diciembre 1474. Él mismo hacía constar pocos días después, que fue suspendido en su oficio después de este suceso.

La Hermandad de la Caridad se hizo responsable del hecho colocando una gran cruz, curiosamente de hierro, en el lugar para conmemorar la matanza,  que al ser donde se celebraba el rastro de la ciudad, hoy día la conocemos como Cruz del Rastro.

La actual cruz es de 1927.

Texto: E.R.

 

 

Esperanza Rodríguez González.

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